¿QUIÉN ES MÁS PEREGRINO?
La pregunta que se plantea —si es más peregrino quien ha recorrido decenas de rutas hacia Santiago buscando convertirse en una “estrella del Camino”, o aquel que se adentra por primera vez en la senda buscando reflexión y el sentir original de la peregrinación— nos enfrenta a un dilema tan antiguo como el propio acto de caminar: ¿Qué es lo que define realmente a un peregrino?
A primera vista, podría parecer que la experiencia repetida otorga una suerte de autoridad: quien ha cruzado muchas veces los valles, los pueblos y las montañas del Camino conoce sus ritmos, sus sombras y sus luces. Pero la acumulación de credenciales no siempre conlleva profundidad. En ocasiones, la costumbre adormece la mirada; el Camino, que es un lugar de revelaciones, puede volverse un itinerario previsto, casi una rutina.
Por otro lado, el peregrino que llega por primera vez lo hace desprovisto de certezas. Tiene la inconsciente valentía de quien ignora lo que le espera: el cansancio que cala, el silencio que abruma, la conversación inesperada que reconforta, o el despertar de preguntas que no sabía que llevaba dentro. La primera vez nunca es sólo un viaje: es una apertura. Y en esa apertura reside una forma de autenticidad que no se compra con kilómetros.
Sin embargo, reducir la esencia del peregrino a la novedad o a la repetición sería injusto. El Camino no distingue entre veteranos y novatos; distingue entre quienes caminan “de verdad” y quienes sólo avanzan. Hay peregrinos experimentados que, a pesar de sus múltiples rutas, conservan intacta la capacidad de asombro. Siguen mirando el amanecer como si fuera el primero y escuchan la voz del sendero con humildad. Y hay primerizos que, aun sin experiencia, pueden atravesar la ruta con una profundidad que conmueve, porque escuchan cada paso como un maestro.
La pregunta,
en el fondo, nos lleva a comprender que ser peregrino no depende de cuántas
veces se ha andado el Camino, sino de cómo
se habita cada paso. No es la cantidad, sino la intención. No es la
distancia recorrida, sino la transformación que ocurre mientras se avanza. El
Camino es, sobre todo, un estado de conciencia.
Quizá la verdadera respuesta sea que es más peregrino quien se deja tocar por lo que vive, quien acepta la incertidumbre de la senda, quien camina sin buscar títulos ni aplausos, y quien llega a Santiago —o no llega— habiendo descubierto un poco más de sí mismo.
Porque al
final, el Camino no se convierte en estrella a quien lo repite, sino a quien lo
comprende. Y esa comprensión puede nacer tanto en el primer paso como en el
número mil. La verdadera distancia del peregrino no la marca el mapa, sino la
profundidad con la que deja huella el camino en su interior.
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