UN ALBERGUE DE PEREGRINOS NO ES UN
HOTEL
De GRONZE.com rescatamos esta reflexión que me parece muy ajustada a la
realidad:
Un albergue de peregrinos no es un
hotel. Los responsables de los albergues o futuros albergues que no sean
conscientes de ello yerran en lo fundamental.
La característica más importante de un
albergue, precio aparte, es la posibilidad de interacción entre los peregrinos,
mientras que en un hotel (al menos en uno normal) rara vez alguien se aloja con
la intención de relacionarse con los otros huéspedes. Los mejores recuerdos del
Camino de Santiago suelen estar relacionados con nuestros compañeros fortuitos
de aventuras, más que con el paisaje, la cultura o la gastronomía. La variedad
de personajes (en el buen sentido de la palabra) que hay en el Camino
difícilmente la encontraríamos en ningún otro lugar, y ello hace esta
interacción más interesante. Los buenos albergues se caracterizan por la
existencia de espacios comunes, cálidos y agradables, junto con un hospitalero
atento y amable.
Un albergue de peregrinos no es un
hotel. Los albergues están preparados para recibir a los caminantes con sus
peculiares circunstancias, absolutamente empapados y embarrados los días de
lluvia, polvorientos y sudorosos los días de sol, y cuentan con servicios
apropiados, como puede ser una cocina, un lugar fuera del dormitorio donde
dejar las botas, o lavaderos y tendederos para la ropa. Los hoteles no. Por
ello quien esto escribe fue, décadas atrás, invitado amablemente a marcharse en
algunos hoteles, que falsamente decían tener ocupadas todas las habitaciones,
cuando veían que era peregrino: ahora esto no ocurre, porque ya somos
demasiados, porque hay mucha competencia y porque la “pela es la pela”, no sólo
en Barcelona.
Un albergue de peregrinos no es un
hotel. Tampoco lo es para los peregrinos, que no pueden pretender encontrar en
ellos la intimidad y el silencio de una habitación de hotel. Sorprende que
algunos se quejen de los ronquidos; incluso los hay que, en una muestra de mala
educación, llegan a echar en cara a compañeros de dormitorio que hayan roncado,
como si tuvieran alguna culpa.
Y hay otros comportamientos de
peregrinos poco ejemplares, bien por ignorancia de lo que es un albergue, bien
por mala educación, o por las dos cosas, como son: dejar la mochila sobre la
cama; ocupar con ropa u objetos otras camas; dejar la mochila sobre una silla,
cuando éstas se fabricaron para que se sentaran las personas; ocupar una ducha
durante 20 minutos; tratar al hospitalero como si fuera alguien a nuestro
servicio; hablar, reír, o tocar las narices con la luz del móvil una vez se han
apagado las luces del dormitorio; ocupar un enchufe más tiempo del necesario;
no lavar los utensilios de la cocina usados; no respetar la intimidad de los
demás, por ejemplo, haciéndoles fotos sin permiso…
En lo que sí se parecen cada día más los
albergues a los hoteles es en la aceptación de reservas, opción mayoritaria en
los albergues privados y en aumento en los públicos. A pesar de que la reserva
en los albergues tiene férreos detractores entre algunos consumados peregrinos,
que aseguran que reservar es incompatible con una “verdadera peregrinación”,
son manifiestas las ventajas: permite realizar con tiempo y tranquilidad la
etapa, y, a los encargados de los albergues, en especial de los más pequeños,
les permite planificar la ocupación. Excepto en la península Ibérica, en el
resto del mundo civilizado no encontraríamos ni un solo albergue, sea o no de
peregrinos, en que la reserva previa no fuera absolutamente recomendable.