domingo, 16 de noviembre de 2025

 LA LUZ SIEMPRE NACE

EN EL CAMINO DEL QUE NO SE RINDE

A mediados del mes de febrero, pernoctó en el albergue municipal de Tordesillas el peregrino Eric, proveniente de Oliva. Durante la conversación distendida que mantuvimos me ofreció una especie de sentencia que me sonaba de haberla escuchado en algún otro momento y que comparto totalmente en el fondo:”La luz siempre nace en el camino del que no se rinde”.


Y es que en el Camino, hay mañanas en las que el cansancio pesa más que la mochila, y tardes en las que los kilómetros parecen multiplicarse bajo el sol o la lluvia. Sin embargo, es precisamente en esos momentos —cuando el ánimo flaquea, cuando los pies arden, cuando la duda susurra— donde el Camino revela su verdad más profunda: la luz nace en quien sigue adelante, paso a paso, aunque sea despacio.

El Camino de Santiago nunca ha sido solo una ruta, un sendero a seguir, un medio para llegar hasta la tumba del Apóstol en la Ciudad Santa. Es un espejo. Un espacio donde uno descubre que la verdadera fuerza no está en llegar rápido, sino en no detenerse. Que cada amanecer, que cada día recién estrenado trae una oportunidad nueva, y que la claridad interior suele aparecer justo después de los tramos más difíciles.


“La luz siempre nace en el camino del que no se rinde”, frase jacobea que podemos aplicarla en un amplio significado,  no habla solo del peregrino, sino de cualquier persona que atraviesa su propia senda, con sus dudas, sus rupturas y sus búsquedas. Perseverar no es avanzar sin miedo, sino hacerlo a pesar del miedo.

Y así, mientras el Camino serpentea entre pueblos, bosques y horizontes que parecen alejarse, uno descubre que la luz no está únicamente en la meta: está en seguir andando, incluso cuando cuesta.
Porque el que no se rinde, tarde o temprano, siempre encuentra su amanecer.

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