lunes, 3 de noviembre de 2025

 DONDE EXISTE CORAZÓN AGRADECIDO, 

EXISTE VIDA

Donde existe un corazón agradecido existe vida, y en esa vida laten valores que sostienen lo mejor del ser humano: la fraternidad, la sencillez, la empatía y la correspondencia. Esta tarde he vuelto a comprobarlo gracias a una llamada telefónica que me ha llenado de alegría y emoción. Era Juan José, un peregrino que se alojó en el albergue municipal de Tordesillas aquel ya lejano 9 de septiembre, pero que sigue presente en mi memoria por su afabilidad, su cortesía, su conversación amena y su amor profundo por la familia y por el Camino.

Desde el primer momento percibí en él ese espíritu jacobeo en toda su extensión, el que no se limita a recorrer kilómetros sino que se manifiesta en los gestos sencillos y en la nobleza de corazón. Juan José, asturiano de nacimiento y con querencia compartida entre Avilés y Onil, emprendió una peregrinación muy especial: unir ambas localidades por una promesa personal que le llevaría hasta la ermita de Nuestra Señora de la Salud, en Onil, donde elevaría sus oraciones en memoria de sus padres. Con ello daría cumplimiento a un voto nacido del afecto y la gratitud.


Buena parte de los más de mil kilómetros que separan Avilés de Onil los recorrió siguiendo el Camino del Sureste. En una de sus etapas hizo parada en el albergue municipal de Tordesillas, donde compartimos vivencias, anécdotas y reflexiones de caminantes. Aquel encuentro fue breve, pero dejó huella.

Hoy, en cambio, su voz al otro lado del teléfono me ha transportado nuevamente al Camino. Me contaba con emoción su nueva peregrinación, realizada esta vez en sentido contrario: siguiendo la ruta del Sureste pero desde su Avilés natal hasta casi el Mediterráneo. Una empresa con un punto añadido de dificultad, pues caminar “a contraflecha” —sin el consuelo visual de las señales amarillas que guían al peregrino hacia Santiago— exige un espíritu decidido y una voluntad inquebrantable.


En su relato se entrelazan momentos de alegría y de dificultad, encuentros y despedidas, soledad y compañía. Me habló con gratitud de los hospitaleros que fue encontrando en su camino, esas almas generosas que ofrecen al peregrino una sonrisa, un plato caliente o una palabra de aliento justo cuando más se necesita. Todos ellos, junto a Juan José, son parte de esa red invisible que sostiene el espíritu jacobeo desde hace siglos.

Al ver las imágenes que me ha enviado del montaje audiovisual de su llegada a Onil, no puedo sino emocionarme. Allí lo esperaban los miembros de su comparsa de Moros y Cristianos, junto a su buen amigo Mocho, el peregrino de “las manitas amarillas”, recibiéndolo con júbilo y acompañándolo en los últimos metros hasta la ermita. La escena rebosa simbolismo: la comunidad abrazando al peregrino que regresa, la promesa cumplida, la fe convertida en celebración.



Me siento profundamente satisfecho de saber que su peregrinación ha llegado a buen término, que ha cumplido sus objetivos y que ha podido compartir la alegría del logro con sus amigos y seres queridos. Personas como Juan José nos recuerdan que el Camino no se recorre solo con los pies, sino con el corazón.

ULTREIA, Juan José. Que tus pasos sigan marcando senderos de gratitud y esperanza.

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