TRAVESÍA JACOBEA DE UNOS TORDESILLANOS
Corría la primera quincena del mes de septiembre, ese mes en que los días se vuelven dorados y el aire empieza a oler a despedida del verano y en Tordesillas se celebran las fiestas patronales de la Virgen de la Peña, cuando María Teresa, veterana bicigrina ya de varios caminos, volvió a sentir el viejo impulso: ese llamado del Camino de Santiago que mezcla aventura, espiritualidad y amistad. Así que, como en otras ocasiones, se acercó al albergue municipal de Tordesillas para solicitar cinco credenciales. Cinco nombres se inscribieron en ellas: Melo, Lolo, Mari, Mariano… y la propia MariTere, que se uniría un poco más tarde al grupo.
Bajo un
cielo despejado, los bicigrinos partieron desde Tordesillas con la
determinación silenciosa de quien sabe que el Camino no se mide solo en
kilómetros, sino en emociones y descubrimientos. En total, 470 kilómetros los
separaban de su destino final, una cifra que resonaba entre desafío y promesa.
Las dos
primeras etapas fueron un regalo para el cuerpo y el ánimo: tierra de campos, amplios
horizontes y caminos suaves donde el pedaleo se volvía casi una meditación.
Ciento veinte kilómetros diarios que discurrían entre pueblos tranquilos,
maizales y trigales ya cosechados, con el viento del norte soplando como
compañero constante.
Pero el Camino, fiel a su esencia, siempre guarda pruebas. En las tres jornadas siguientes, el terreno se volvió más exigente: cuestas prolongadas, caminos pedregosos y el cansancio acumulado que empezaba a pesar en las piernas y en la mente. Aun así, el grupo siguió adelante, alentándose unos a otros, compartiendo risas, silencios y ese tipo de conversaciones que solo nacen cuando la rueda gira y el paisaje cambia sin cesar.
Cuando
finalmente alcanzaron meta en la Ciudad
Santa, no hubo grandes gestos ni alardes. Solo la satisfacción callada de
haberlo conseguido. Lo resumieron como una experiencia “muy fructífera, con
etapas duras, sí, pero llenas de aprendizaje, de compañerismo, de ese
sentimiento de plenitud que deja el esfuerzo compartido.”
Y mientras
descansaban, con las bicicletas enhiestas ante la fachada de la catedral en la
plaza del Obradoiro y el sol del atardecer tiñendo de oro los caminos
recorridos se plantearon qué hacer el próximo año
Las miradas
se cruzaron y las sonrisas se encendieron. Porque el Camino, una vez que te
encuentra, nunca deja de llamarte. Y ellos, sin duda, volverán a responderle en
2026.
Pues
Santiago os espera una vez para daros, de nuevo, la bienvenida a su cripta catedralicia


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