CAMINAR CON EL CORAZÓN
Cuando San Juan Pablo II pronunció aquellas palabras —“Cuando tus piernas están cansadas, camina con tu corazón”— ofrecía una enseñanza profundamente humana y espiritual. En su aparente sencillez, la frase encierra una sabiduría que toca el fondo del alma: la certeza de que no siempre se trata de avanzar con fuerza física, sino con convicción interior.
Hay momentos en la vida en los que el
cansancio nos alcanza de verdad. No solo el cansancio del cuerpo, sino ese que
nace del alma: el peso de las preocupaciones, de los fracasos, de las heridas
invisibles que se acumulan con el tiempo. Entonces, las piernas —símbolo de
nuestra voluntad, de nuestro impulso cotidiano— ya no responden como antes. Es
ahí cuando Juan Pablo II nos invita a cambiar el modo de caminar: a hacerlo con
el corazón.
Caminar con el corazón significa seguir adelante por amor. Es la fe la que se convierte en paso; es la esperanza la que toma el relevo cuando la fuerza humana se agota. El corazón, lleno de sentido y de presencia, se vuelve brújula y sostén. Caminar con el corazón es mirar hacia arriba cuando todo alrededor parece oscuro; es avanzar no porque el camino sea fácil, sino porque hay un propósito que lo sostiene.
Este mensaje no solo habla a los
creyentes, sino a todos los que alguna vez han sentido el peso del cansancio y,
sin embargo, han decidido continuar. Nos recuerda que lo esencial no es llegar
rápido, sino llegar fieles. Que los pasos más valiosos no siempre se notan en
el suelo, sino en la profundidad del alma que se niega a rendirse.
En el fondo, esta frase es un llamado a transformar el sufrimiento en ofrenda, la debilidad en confianza, el cansancio en oración. Porque cuando las piernas ya no pueden, el corazón —ese lugar donde habita Dios y donde se guardan los sueños— tiene la capacidad de levantar al ser humano y hacerlo seguir andando, incluso sobre la arena del desierto o bajo la lluvia de las pruebas.
Caminar con el corazón es, en
definitiva, hacer de la vida una peregrinación interior. Es dejar que cada
paso, aun el más pequeño, sea una expresión de amor. Y cuando el cuerpo
flaquea, cuando todo parece perdido, recordar que quien camina desde el corazón
nunca está solo: lleva en su interior la fuerza silenciosa del Espíritu, que
siempre empuja hacia adelante.



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