miércoles, 31 de octubre de 2018

UN ALBERGUE DE PEREGRINOS NO ES UN HOTEL
De GRONZE.com rescatamos esta reflexión que me parece muy ajustada a la realidad:        
Un albergue de peregrinos no es un hotel. Los responsables de los albergues o futuros albergues que no sean conscientes de ello yerran en lo fundamental.
La característica más importante de un albergue, precio aparte, es la posibilidad de interacción entre los peregrinos, mientras que en un hotel (al menos en uno normal) rara vez alguien se aloja con la intención de relacionarse con los otros huéspedes. Los mejores recuerdos del Camino de Santiago suelen estar relacionados con nuestros compañeros fortuitos de aventuras, más que con el paisaje, la cultura o la gastronomía. La variedad de personajes (en el buen sentido de la palabra) que hay en el Camino difícilmente la encontraríamos en ningún otro lugar, y ello hace esta interacción más interesante. Los buenos albergues se caracterizan por la existencia de espacios comunes, cálidos y agradables, junto con un hospitalero atento y amable.
Un albergue de peregrinos no es un hotel. Los albergues están preparados para recibir a los caminantes con sus peculiares circunstancias, absolutamente empapados y embarrados los días de lluvia, polvorientos y sudorosos los días de sol, y cuentan con servicios apropiados, como puede ser una cocina, un lugar fuera del dormitorio donde dejar las botas, o lavaderos y tendederos para la ropa. Los hoteles no. Por ello quien esto escribe fue, décadas atrás, invitado amablemente a marcharse en algunos hoteles, que falsamente decían tener ocupadas todas las habitaciones, cuando veían que era peregrino: ahora esto no ocurre, porque ya somos demasiados, porque hay mucha competencia y porque la “pela es la pela”, no sólo en Barcelona.
Un albergue de peregrinos no es un hotel. Tampoco lo es para los peregrinos, que no pueden pretender encontrar en ellos la intimidad y el silencio de una habitación de hotel. Sorprende que algunos se quejen de los ronquidos; incluso los hay que, en una muestra de mala educación, llegan a echar en cara a compañeros de dormitorio que hayan roncado, como si tuvieran alguna culpa.
Y hay otros comportamientos de peregrinos poco ejemplares, bien por ignorancia de lo que es un albergue, bien por mala educación, o por las dos cosas, como son: dejar la mochila sobre la cama; ocupar con ropa u objetos otras camas; dejar la mochila sobre una silla, cuando éstas se fabricaron para que se sentaran las personas; ocupar una ducha durante 20 minutos; tratar al hospitalero como si fuera alguien a nuestro servicio; hablar, reír, o tocar las narices con la luz del móvil una vez se han apagado las luces del dormitorio; ocupar un enchufe más tiempo del necesario; no lavar los utensilios de la cocina usados; no respetar la intimidad de los demás, por ejemplo, haciéndoles fotos sin permiso…
En lo que sí se parecen cada día más los albergues a los hoteles es en la aceptación de reservas, opción mayoritaria en los albergues privados y en aumento en los públicos. A pesar de que la reserva en los albergues tiene férreos detractores entre algunos consumados peregrinos, que aseguran que reservar es incompatible con una “verdadera peregrinación”, son manifiestas las ventajas: permite realizar con tiempo y tranquilidad la etapa, y, a los encargados de los albergues, en especial de los más pequeños, les permite planificar la ocupación. Excepto en la península Ibérica, en el resto del mundo civilizado no encontraríamos ni un solo albergue, sea o no de peregrinos, en que la reserva previa no fuera absolutamente recomendable.

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