EL HECHIZO DE FONCEBADÓN
No había duda. Aquel lugar no era como los demás. Foncebadón, suspendido en la alta soledad de los Montes de León, se alzaba como un suspiro antiguo, detenido entre el viento y el tiempo. Los peregrinos que llegaban hasta allí por el Camino Francés no tardaban en sentirlo: un murmullo invisible les envolvía, como si las piedras del sendero susurrasen secretos demasiado viejos para ser comprendidos.
El
poblado, semiderruido, parecía dormido en un letargo sin fin. Casas de piedra desmoronada,
tejados vencidos por los años, y un aire que no era del todo de este mundo.
Pero no era el aspecto lo que asombraba a los caminantes, sino la sensación,
ese estremecimiento que nacía en los pies y trepaba lentamente por la columna,
como una advertencia que no necesitaba palabras.
Muchos aseguraban que el suelo pesaba, que algo —quizá el recuerdo de tantas almas que allí murieron o la memoria misma de lo sagrado— los retenía con una fuerza indescriptible. No era cansancio lo que sentían, sino un peso extraño, como si las botas se llenaran de plomo y la mochila, de sombras.
Algunos
peregrinos hablaban de visiones breves, figuras envueltas en hábitos, ojos que
los observaban desde ventanas que ya no existían. Otros simplemente callaban,
con la frente perlada de sudor, y apretaban el bordón con fuerza para avanzar,
paso a paso, como si salieran de un sueño denso.
Pero una vez dejaban atrás el último muro vencido, una especie de alivio los abrazaba. La luz parecía más clara, el aire más limpio, el cuerpo más ligero. Reanudaban la marcha con un nuevo vigor, como si hubiesen dejado allí no solo parte de su fatiga, sino también una culpa, un miedo, una tristeza no dicha.
Foncebadón quedaba atrás, envuelto otra vez en su silencio milenario. Los peregrinos recomponían su camino hacia la Cruz de Ferro, con el alma conmovida y la certeza de haber pasado por uno de los umbrales más misteriosos del Camino.
Y
aunque la explicación nunca llegaba, todos sabían —de alguna forma secreta— que
Foncebadón no era solo un alto en la ruta… sino una prueba del alma.