¡¡VIVA LA REINA!!
¡¡Viva la Reina!! La noche de Tordesillas caía sobre la villa medieval con una quietud que parecía sacada de otro tiempo. El aire gélido de marzo, acompañado por un viento racheado que sacudía la piel, añadía un aire de misterio y solemnidad al evento que todos los años esperan los vecinos de la localidad preparados para revivir uno de los episodios históricos más emblemáticos de su historia: la llegada de la Reina Juana I de Castilla.
Es
el primer fin de semana de marzo cuando los vecinos de Tordesillas, ataviados
con ropas de época, acompañan con respeto los restos de Juana I y de su esposo,
Felipe el Hermoso. Con cada paso, el cortejo avanza lentamente, como si el
tiempo mismo quisiera hacer una pausa para honrar a los reyes que marcaron el
destino de la Corona de Castilla. La fría brisa que azotaba las caras de los
presentes no hacía más que intensificar la atmósfera solemne, mientras las
luces de los faroles iluminaban de forma tenue las figuras que formaban la
comitiva.
Juana I, hija de Reyes, madre de Reyes, había sido durante tantos años una prisionera en vida. Su destino estaba sellado, y aunque no pudo gobernar como le correspondía, su legado quedó grabado en la memoria colectiva de España. En el traslado de los restos mortales de su esposo, Tordesillas se convertía en el escenario de un tributo que, a pesar de los siglos transcurridos, sigue vivo en los corazones de los vecinos.
La
comitiva marcha por las principales arterias de la villa, hasta llegar a la calle
más medieval de Tordesillas, la Calleja del Corpus. Cada rincón de esa vía
parecía guardar secretos de siglos pasados, testigos de un reinado truncado y
de una mujer que, a pesar de todo, nunca perdió su dignidad. El grito de
"¡Viva la Reina!" resonó una vez más, en honor a su memoria, a su
sacrificio, y a su fuerza inquebrantable. Ese grito, pronunciado por un soldado
aguerrido, uno de los muchos que, aunque ajeno a los vaivenes del poder,
dedicaba a Juana su fidelidad y respeto, se convirtió en el eco que perduraría
en la historia de Tordesillas.
Pasado el albergue, el cortejo continuó su camino, avanzando hasta las inmediaciones de las casas del Tratado, donde la historia cobraba vida de nuevo. En ese lugar, un grupo de teatro revivió episodios de la vida del rey consorte, Felipe el Hermoso, recordando los momentos de su reinado y su prematura muerte, que dejó a Juana destrozada, pero también marcó el comienzo de su cautiverio. El teatro, en su interpretación, transportó a los presentes a tiempos lejanos, cuando las decisiones políticas y las traiciones habían sellado el destino de aquellos que solo buscaban gobernar su propio reino.
La última parada del cortejo fue la iglesia de San Antolín, junto al cual, Juana I había sido confinada durante 46 largos años, separada de su familia, a excepción de su hija Catalina, y del mundo exterior. La soledad de su prisión y su amor eterno por Felipe el Hermoso se entrelazaban en cada piedra de ese lugar, en cada rincón que aún guarda el eco de sus pasos. En la fría oscuridad de la iglesia, la figura de la Reina, aunque ausente en cuerpo, permanecía en el alma de la villa.
Allí, en ese espacio sagrado, los vecinos, junto con los actores, hicieron una última reverencia a la Reina, rindiéndole homenaje. La figura de Juana, aunque recluida, fue siempre un símbolo de resiliencia y dignidad.
El
viento seguía soplando con fuerza, como si también él quisiera rendir su
tributo a la Reina que, aunque encerrada, nunca dejó de ser un símbolo de la
realeza. Así, con la luz de los faroles iluminando el escenario la recreación
histórica llegó a su fin, pero la memoria de Juana I de Castilla y de su paso
por Tordesillas quedaba guardada, no solo en las piedras de su palacio, sino en
los corazones de todos los que, año tras año, la recuerdan con el mismo fervor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario