domingo, 31 de agosto de 2025

 EL HECHIZO DE FONCEBADÓN

 (MICRORRELATO JACOBEO)

No había duda. Aquel lugar no era como los demás. Foncebadón, suspendido en la alta soledad de los Montes de León, se alzaba como un suspiro antiguo, detenido entre el viento y el tiempo. Los peregrinos que llegaban hasta allí por el Camino Francés no tardaban en sentirlo: un murmullo invisible les envolvía, como si las piedras del sendero susurrasen secretos demasiado viejos para ser comprendidos.

El poblado, semiderruido, parecía dormido en un letargo sin fin. Casas de piedra desmoronada, tejados vencidos por los años, y un aire que no era del todo de este mundo. Pero no era el aspecto lo que asombraba a los caminantes, sino la sensación, ese estremecimiento que nacía en los pies y trepaba lentamente por la columna, como una advertencia que no necesitaba palabras.

Muchos aseguraban que el suelo pesaba, que algo —quizá el recuerdo de tantas almas que allí murieron o la memoria misma de lo sagrado— los retenía con una fuerza indescriptible. No era cansancio lo que sentían, sino un peso extraño, como si las botas se llenaran de plomo y la mochila, de sombras.

Algunos peregrinos hablaban de visiones breves, figuras envueltas en hábitos, ojos que los observaban desde ventanas que ya no existían. Otros simplemente callaban, con la frente perlada de sudor, y apretaban el bordón con fuerza para avanzar, paso a paso, como si salieran de un sueño denso.

Pero una vez dejaban atrás el último muro vencido, una especie de alivio los abrazaba. La luz parecía más clara, el aire más limpio, el cuerpo más ligero. Reanudaban la marcha con un nuevo vigor, como si hubiesen dejado allí no solo parte de su fatiga, sino también una culpa, un miedo, una tristeza no dicha.

Foncebadón quedaba atrás, envuelto otra vez en su silencio milenario. Los peregrinos recomponían su camino hacia la Cruz de Ferro, con el alma conmovida y la certeza de haber pasado por uno de los umbrales más misteriosos del Camino.

Y aunque la explicación nunca llegaba, todos sabían —de alguna forma secreta— que Foncebadón no era solo un alto en la ruta… sino una prueba del alma.

miércoles, 13 de agosto de 2025

TORDESILLAS, UN ALTO EN EL CAMINO DONDE LA HOSPITALIDAD SE CONVIERTE EN RECUERDO IMBORRABLE 

Hay lugares en el Camino de Santiago que no solo se atraviesan con los pies, sino que se quedan grabados en el corazón. Tordesillas es uno de ellos. Su albergue municipal, atendido por hospitaleros voluntarios, se ha convertido en un oasis para quienes avanzan día tras día hacia el sepulcro del Apóstol. No son solo camas y techos lo que aquí se ofrece, sino algo mucho más valioso: cercanía, escucha y ese calor humano que devuelve fuerza al caminante.

Los peregrinos lo saben y lo expresan. Algunos con palabras apresuradas antes de retomar la ruta, otros dejando en el cuaderno del albergue frases breves pero cargadas de sentimiento. Son líneas que brotan desde lo más profundo, escritas con el cansancio en las piernas pero con el alma llena de gratitud.

“Esas pinceladas de amistad y cariño son el mejor regalo para nosotros”, confiesan los hospitaleros, que ven en cada agradecimiento una chispa que alimenta su espíritu de voluntariado. Porque, aunque ellos dan sin esperar nada a cambio, recibir esas muestras de afecto confirma que su labor deja huella.

En esas notas anónimas se habla de sonrisas compartidas, de una mirada que reconforta, de un café ofrecido con sencillez pero que sabe a esperanza. Pequeños gestos que, para el peregrino, se vuelven tan importantes como el propio Camino.

Tordesillas no es solo una etapa más; es un abrazo en medio de la ruta. Y quienes pasan por aquí, al seguir su marcha, se llevan consigo algo que no pesa en la mochila: la certeza de que, en cada jornada, siempre hay corazones dispuestos a acoger.

 José Miguel de Alcantarilla (Murcia) 4 de enero 2024


Jacinto  de Toledo 23 de febrero 2025


Sebastián de Bogotá (Colombia) 13 marzo 2025


Manuel de Muñana (Ávila)  15 de marzo 2025



domingo, 3 de agosto de 2025

 (RÍOS Y PUENTES EN LOS CAMINOS A SANTIAGO)

 

RÍO MIÑOR - PUENTE  LA RAMALLOSA

 

El río Miñor nace en la Sierra de O Galiñeiro, a 400 m de altitud, en el municipio de Gondomar, discurre por este y los municipios vecinos de Nigrán y Bayona.

Forma un importante valle, al que le da su nombre, el Val Miñor (Valle Miñor). Desemboca tras 16 kilómetros de recorrido, en los lugares de Ramallosa y Sabarís. En su desembocadura hay una marisma declarada espacio protegido por su alto valor ecológico. El estuario del río Miñor se extiende desde la Xunqueira (Gondomar) hasta su entrada en la Ría de Baiona junto a la playa de Ladeira. A su paso por el puente de Ramallosa el cauce se estrecha hasta tan sólo unos 60 m de anchura. En su parte más ancha alcanza los 350 m, y al final de su recorrido vuelve a estrecharse por causa de la playa Ladeira justo antes de unirse con el océano Atlántico, en donde tiene apenas unos 75 m.



En Ramallosa se encuentra  un importante puente del románico tardío que une los ayuntamientos de Baiona y Nigrán, En su extremo norte aparece una vieira de peregrino tallada en piedra, obra del escultor José Antonio Villaverde. 

También conocido como el puente de San Telmo, las raíces de esta obra de la ingeniería antigua se remontan al siglo XIII, aunque su estructura actual refleja las reconstrucciones realizadas en 1598 y 1926. Según narra la tradición popular, el puente habría sido erigido sobre los restos de una pasarela romana destruida en el siglo X durante las incursiones de Almanzor.


Está formado por diez arcos ligeramente apuntados y un doble sistema de tajamares. Con una longitud de 90 metros, conserva en su parte central un llamativo cruceiro con una mesa de piedra, donde se encuentra un pequeño retablo con tres ánimas, que antaño sirvió como lugar para bautizar a los niños que estaban por nacer.

La historia sobre la reconstrucción del puente tras ser dañado por las tropas de Almanzor trae consigo una de las leyendas más conocidas del puente de la Ramallosa. Se dice que fue el propio San Telmo quien ordenó levantarlo nuevamente en el lugar donde habría obrado uno de sus milagros. Según la Diócesis de Tui-Vigo, el puente en cuestión fue reconstruido por iniciativa del santo entre los años 1232 o 1235, en una época en la que ocupaba el cargo de Obispo de  Tui. El cruceiro de piedra, símbolo de esta historia mítica, se sitúa en el lado oriental de la pasarela, entre los arcos tercero y cuarto desde su extremo sur. A sus pies se encuentra una imagen pétrea de San Telmo, patrono de los navegantes y supuesto impulsor de la reconstrucción. La leyenda cuenta que, mientras predicaba en la zona, una gran tormenta amenazó a la multitud reunida para escucharlo. Según el relato, San Telmo logró disipar la tormenta, desviando la lluvia hacia las orillas y manteniendo seca la zona intermedia en la que estaban congregados. 

Existe asimismo otra tradición añade un aire místico al puente, vinculando su estructura a antiguos rituales de fecundidad. Se dice que las mujeres embarazadas que hubieran sufrido pérdidas anteriormente debían acudir al altar situado al pie del cruceiro para realizar un bautismo simbólico con las aguas del río. Este rito, celebrado a medianoche y únicamente tras haber completado tres meses de gestación, buscaba asegurar el éxitos de los embarazos y aleja la desgracia de estas mujeres.

lunes, 28 de julio de 2025

VERANO EN EL CAMINO DEL SURESTE:

 “MENOS PASOS, MISMA HOSPITALIDAD”

Nos encontramos en el Camino del Sureste, una de las rutas jacobeas más largas y menos transitadas, que parte desde Alicante y atraviesa el corazón de la península hasta unirse con la Vía de la Plata o con el Camino Sanabrés, según la variante elegida por el peregrino.

En estos días de pleno verano, especialmente al acercarnos al mes de agosto, se hace evidente un descenso significativo en el número de caminantes. Esta disminución es una constante año tras año y responde, principalmente, a tres factores:


1.  -El desconocimiento de esta ruta a pesar de nuestro intento de publicitarla a través de las redes sociales.

-La gran distancia que separa Alicante de Santiago de Compostela —más de 1.100 kilómetros— lo que convierte esta ruta en un verdadero desafío físico y mental.

-Las altas temperaturas, que durante el verano superan fácilmente los 35 °C, con noches calurosas que dificultan el descanso y etapas en las que es complicado encontrar sombra o puntos de agua.

-El carácter solitario del trazado, que cruza zonas rurales con baja densidad de población, donde los servicios para peregrinos pueden ser escasos o muy distantes entre sí.


1.  Por estas razones y algunas otras muchos caminantes optan por recorrer el Camino del Sureste en primavera o en otoño, cuando el clima es más benigno y la experiencia se vuelve más llevadera. No obstante, el verano ofrece también algunas ventajas: menos aglomeraciones, una experiencia más introspectiva y la posibilidad de caminar etapas en soledad, lo que muchos valoran como una oportunidad para el recogimiento personal.

En el albergue municipal de Tordesillas, uno de los finales de etapa más habituales y elegido por los peregrinos dentro de esta ruta, seguimos abiertos los 365 días del año. Estamos preparados para acoger a quienes, a pesar del calor, deciden emprender el Camino en estos meses. Ofrecemos descanso, información, atención personalizada y el espíritu de hospitalidad que caracteriza al Camino.

A todos los peregrinos que se animen, en verano o en cualquier estación:
aquí les esperamos.

ULTREIA.

jueves, 24 de julio de 2025

 SANTIAGO APÓSTOL,

PROTECTOR DE LOS PEREGRINOS

 Hoy honramos a Santiago Apóstol, guía y protector de todos aquellos que emprenden el Camino en busca de fe, esperanza o transformación interior. Su figura, símbolo de valentía y testimonio de fe, acompaña a quienes recorren sendas antiguas, recordándonos que cada paso es una oración y cada meta alcanzada, un acto de gratitud. Que su espíritu continúe iluminando los caminos y dando fuerza a los peregrinos que, con humildad y devoción, siguen sus huellas hacia Compostela.

¡Feliz Día de Santiago a todos los peregrinos!

Santiago Apóstol en la iglesia de Santiago en Jerez

A todos los Peregrinos en el Día de Santiago

“Peregrino que avanzas sin desmayo,
siguiendo antiguas huellas por la tierra,
Santiago hoy te acoge y te libera
del peso que en el alma fue desmayo.

Cada paso es promesa y es ensayo,
cada piedra en el camino, primavera;
y al fin, cuando la plaza te sintiera,
será tu corazón limpio relicario.

El Apóstol te mira, compañero,
protege tu esperanza y tu jornada,
te guarda en cada senda y aguacero.

Hoy, Día de Santiago, en Compostela,
la fe que te llevó será abrazada:
¡feliz quien en su luz siempre consuela!”

miércoles, 23 de julio de 2025

 IGLESIA DE SANTIAGO DEL ARROYO

En esta población vallisoletana se produce una curiosidad y es que el nombre de la localidad coincide con el nombre del templo.

Santiago del Arroyo es un pueblo con una población de 177 habitantes que es una pedanía del municipio de San Miguel del Arroyo en la comarca Tierra de Pinares, provincia de Valladolid. El centro antiguo se concentra alrededor de su iglesia, del siglo XV, con el cementerio localizado a un kilómetro más al este.


El pueblo se encuentra al pie de un cerro cubierto con bosque de pinos piñoneros Pasa por el pueblo el Arroyo del Henar donde se encuentra un antiguo molino en el que se conserva su maquinaria de los siglos XVIII y XIX. Frente a la iglesia se pueden contemplar dos casas nobiliarias con escudos, una de ellas con una bella portada de estilo renacentista.

La iglesia parroquial dedicada a Santiago Apóstol, en buen estado de conservación, es un templo edificado con piedra caliza en diferentes épocas. De los inicios del gótico e influencias cistercienses son la capilla mayor y los pies de la iglesia.

La sacristía con bóveda de medio cañón apuntada de finales del siglo XII, tránsito del románico al gótico.

El Retablo Mayor está formado por 17 tablas, la mayoría de las cuales de autor anónimo del siglo XVI, está instalado desde 1772, después de haber pasado por varias localidades, siendo originario, según se cree, de la iglesia de San Vicente de Villanueva de Íscar.

Posee otras obras del siglo XVI, tales como, un Crucificado relacionado con el taller de Alejo Vahía, La Virgen de las Nieves y El Niño de la Bola, cuya muscularidad recuerda a Juan de Juni.

(Imágenes tomadas de internet.)

martes, 24 de junio de 2025

 EL FUEGO EN LOS HUESOS

(MICRORRELATO JACOBEO)

Decían los viejos caminantes que en el Camino a Santiago, además del polvo, las ampollas y las piedras del alma, acechaba un mal tan terrible que los cuerpos parecían incendiarse desde dentro. Lo llamaban el mal del fuego. Un castigo que llegaba sin aviso tras comer pan de grano contaminado, cereal corrompido por el hongo del centeno —el ergot— que se enroscaba como serpiente en el estómago y trepaba por la sangre hasta las extremidades.

Era como si el mismísimo infierno se despertara en los dedos, en los pies, en las piernas. Ardor, calambres, descomposición. Los peregrinos caían al borde de los caminos, retorciéndose, gritando al cielo, invocando a Santiago con voz quebrada.

Pero la leyenda, tan vieja como las piedras del Camino, hablaba de un lugar donde el dolor cesaba, donde los cuerpos, aunque mutilados, encontraban redención. El Monasterio de San Antón, a las afueras de Castrojeriz, se alzaba como un refugio sagrado en medio del abandono de los campos.

Un día llegó un joven peregrino, Ivar, nacido en tierras nórdicas, cuyo pie izquierdo ya se ennegrecía como si el carbón se hubiera fundido con su carne. Ivar había caminado semanas con el dolor subiendo como lava. Tenía miedo, claro, pero en sus ojos ardía otra cosa: fe. Una fe que ni el dolor había podido extinguir.

Los monjes lo recibieron en silencio. Lo tendieron en una piedra lisa, bajo los arcos del monasterio sin techumbre, donde las estrellas asistían al ritual. El prior, un hombre alto con manos finas y mirada profunda, le colocó un amuleto de Santiago en el pecho y le susurró: 

—"Hoy tu cuerpo perderá lo que ya no es tuyo. Pero tu alma... tu alma seguirá caminando."

El grito de Ivar se perdió en la noche. El acero brilló como relámpago. Y el fuego, por fin, huyó.

Lo increíble fue que Ivar, como muchos otros, continuó su Camino. Con una pierna menos, con un bastón de fresno tallado por los monjes, con un andar distinto pero con un alma más liviana. En cada paso, sentía una brisa invisible que le empujaba. Algunos decían que era el Apóstol, otros hablaban de los santos antonianos, cuidadores de los enfermos y de los pobres de cuerpo.

Llegó a Santiago meses después. Alzó su bordón en la plaza del Obradoiro con lágrimas de gozo, rodeado de otros peregrinos marcados por el fuego. Ninguno se quejaba. Ninguno lamentaba lo perdido.

Porque habían descubierto, en aquel monasterio olvidado, que a veces el alma crece donde el cuerpo termina. 

Y que el verdadero milagro no era curar... sino continuar.

Allí, decían, los monjes sabían hablar el idioma del fuego. No lo apagaban —porque eso era imposible—, pero lo atrapaban en sus manos santas y lo exorcizaban a golpe de acero. Las amputaciones eran rituales, casi místicos. Los monjes no lloraban, no dudaban. Cortaban el mal como quien corta la rama enferma de un árbol.