martes, 28 de octubre de 2025

 EL HILO INVISIBLE ENTRE EL CAMINO Y LA META

¿Qué fue primero el camino hacia Santiago o la tumba del Apóstol? ¿La peregrinación o el abrazo al Santo? ¿La Compostela o la oración ante los restos de Santiago? Esa es la cuestión, como diría  William Shakespeare por boca del príncipe “Hamlet”.



Estas preguntas vienen a cuento de lo que una gran mayoría de las personas que peregrinan o que piensan en hacer algún día el camino que solo tienen en cuenta los caminos o rutas a seguir y no tanto el lugar al que se encaminan. Les preocupa más acercarse hasta la oficina de acogida al peregrino para conseguir la Compostela que cumplir con algunos de los ritos fundamentales que se producen en la catedral: participar en la eucaristía, dar el abrazo al Santo Apóstol y orar en la cripta ante la urna con sus restos.



Es indudable que la meta posee mayor importancia que el recorrido mismo, ya que sin un destino final, el camino no habría llegado a tomar forma alguna. El Camino de Santiago lo demuestra con una claridad absoluta. No fueron los campos de Castilla ni las montañas de León los que inventaron la senda: fue la tumba del Apóstol, allá en Compostela, la que llamó desde su rincón de piedra y silencio, convocando siglos de pasos. Antes de que los peregrinos desgastaran los guijarros, antes de que los pueblos nacieran a su vera, ya existía la idea de la llegada, la promesa del fin. Fue esa meta la que dibujó sobre la geografía una línea invisible que el tiempo y los hombres convirtieron en ruta, en cultura, en fe.



Cada piedra del camino, cada puente y cada ermita levantada para amparar al peregrino, debe su existencia a esa meta que justificaba el esfuerzo. El camino se hizo porque había algo que alcanzar, un lugar donde cesaría el cansancio y la búsqueda encontraría su reposo. Sin Santiago, sin la certeza de un final, el sendero se habría disuelto en los campos, sin nombre ni memoria.



Y así ocurre con todos los caminos del mundo: no hay senda que no nazca del deseo de llegar. El camino no es un fin, sino un medio; no se sostiene por sí mismo, sino por la tensión que lo une a su destino. Cuando el peregrino parte de Roncesvalles o de O Cebreiro, o desde Tordesillas, ya está respondiendo a una llamada lejana: la voz del Obradoiro, el rumor de la catedral que lo espera. Cada paso, cada jornada, está ordenada por esa meta silenciosa que, aunque aún no visible, va tejiendo el sentido del trayecto.



Por eso los caminos no son autárquicos: su razón de ser está fuera de ellos. Nacen de la esperanza, viven del propósito y mueren en la llegada. Y quizá sea esa su grandeza: recordarnos que el movimiento solo cobra sentido cuando hay un horizonte que lo guía, una meta que lo llama, un lugar donde, por fin, uno puede detenerse y comprender que todo lo andado fue necesario para llegar allí.



Así, toda senda es un diálogo silencioso entre el punto de partida y el punto de llegada, entre el deseo y su cumplimiento. La meta da forma al camino, y el camino otorga a la meta su significado. Sin uno, el otro se disuelve en la nada.

miércoles, 8 de octubre de 2025

 “HAY TANTOS CAMINOS COMO PEREGRINOS”

LA UNICIDAD DE CADA PEREGRINACIÓN

El dicho “hay tantos caminos como peregrinos” encierra una sabiduría profunda, muy vinculada al espíritu del Camino de Santiago, pero también extrapolable a la vida en general.

A primera vista, parece una simple observación: aunque todos los peregrinos se dirijan al mismo destino —Santiago de Compostela—, cada uno puede escoger una ruta distinta: el Camino del Sureste, el Camino Francés, el del Norte, el Portugués, el Primitivo, el Inglés, entre otros. En ese sentido literal, ya hay muchos caminos posibles. Sin embargo, el refrán va mucho más allá de esa diversidad geográfica.

Lo que realmente sugiere es que cada peregrino vive una experiencia única, irrepetible. Aunque dos personas caminen juntas, no recorrerán jamás el mismo camino en sentido interior. Cada uno carga su propia mochila emocional, sus pensamientos, sus dudas, su fe o su falta de ella. Uno puede caminar en busca de redención, otro para superar una pérdida, otro por curiosidad o desafío personal. Y todos esos motivos colorean el camino de manera distinta.

El dicho también invita a la tolerancia y al respeto: no hay una única forma “correcta” de ser peregrino ni una sola manera de entender la peregrinación. Algunos lo viven con un espíritu religioso profundo; otros lo hacen como un ejercicio de introspección, o como una aventura cultural o deportiva. Todos esos caminos son válidos, porque el verdadero sentido del peregrinaje reside en lo que se experimenta y se transforma en el interior de cada uno.

Si lo trasladamos a un plano simbólico o filosófico, el dicho se convierte en una metáfora de la vida misma. Todos avanzamos hacia un destino común —la plenitud, el conocimiento, la paz, la muerte, según la mirada de cada cual—, pero no hay dos vidas iguales. Cada persona sigue su propio sendero, con sus decisiones, errores, hallazgos y aprendizajes.

Por eso, cuando se dice que “hay tantos caminos como peregrinos”, se está recordando que el sentido de la peregrinación no está en el destino, sino en la manera de recorrerlo. Y que la riqueza del Camino, como la de la vida, está precisamente en esa diversidad de pasos, voces y miradas que confluyen y se cruzan, sin que ninguna valga más que otra.

En definitiva, este dicho celebra la singularidad humana y el carácter íntimo de toda búsqueda: aunque compartamos el mismo horizonte, cada uno debe hallar su propio modo de llegar hasta él.

jueves, 2 de octubre de 2025

 

EL SUSURRO DE LAVACOLLA

(MICRORRELATO JACOBEO)

Corría el siglo XII y el Camino era un largo suspiro de polvo, promesas y fe. Los pies de los peregrinos estaban curtidos por la piedra y la distancia, y sus ropas, deshilachadas por el viento y el tiempo, llevaban bordadas las historias de tierras lejanas. Uno de ellos, un joven llamado Mateo, había salido desde tierras de Lombardía meses atrás. Había cruzado montañas nevadas, soportado lluvias interminables, dormido bajo cielos sin techo y comido del fruto de la caridad o del hambre. No caminaba solo, pues cada paso suyo estaba acompañado por una plegaria interior: encontrar la redención de su alma quebrada.

Mateo había partido buscando perdón. No había cometido crímenes atroces, ni herejías, ni sangre manchaba sus manos. Pero su corazón pesaba por no haber cumplido las últimas palabras de su madre moribunda: "Ve a Santiago y entrega allí mi agradecimiento por todo lo vivido". Durante años, aquel encargo fue postergado por la juventud, por la guerra, por la vida. Y cuando el silencio se volvió insoportable, tomó el bordón y el sombrero, y echó a andar hacia el ocaso, hacia donde se esconde la luz del mundo.

Cuando la silueta de Compostela se adivinaba ya entre las brumas del horizonte, Mateo llegó a Lavacolla, o Lavacoya como  se le llamaba entonces y ahora. Allí el riachuelo Sonya, limpio y cristalino, cantaba un himno sereno a los cansados. El agua, helada como el perdón recién concedido, bajaba entre piedras humildes, serpenteando como si también ella peregrinara hacia el Apóstol.

Los peregrinos sabían que aquel era el último umbral, la última puerta antes del abrazo. Y allí, bajo la sombra de los sauces y los fresnos, Mateo se despojó de sus harapos, de su polvo y su pasado. Se sumergió lentamente en las aguas purificadoras, mientras el frío le atravesaba el cuerpo hasta el alma. No era solo el sudor del viaje lo que lavaba, sino las culpas que lo habían acompañado como un fardo invisible.

Sentado en la orilla, mientras el sol bajaba lentamente por los bordes del mundo, comprendió que había llegado. No a Santiago, no aún. Pero sí al punto exacto en que el alma se siente liviana, en que las lágrimas no pesan y el corazón late limpio. Aquel instante, en el silencio del riachuelo y con el frescor aún en la piel, fue más sagrado que cualquier altar de piedra.

Revestido con ropas secas, Mateo emprendió el último tramo del camino. Los pies no dolían. El zurrón ya no apretaba. El bordón casi le sobraba. Caminaba con una sonrisa apenas dibujada, una paz que lo envolvía. Y cuando por fin entró en la plaza del Obradoiro, sintió que la promesa a su madre se había cumplido.

El Apóstol lo aguardaba. Y él, limpio de cuerpo, alma y memoria, solo tuvo que levantar la mirada y decir, sin palabras, lo que tantos habían dicho antes y dirían después:

—Gracias. Estoy en casa.

miércoles, 1 de octubre de 2025

 IN MEMORIAM

LOURDES: PEREGRINA Y HOSPITALERA

 

Triste noticia para el mundo de la hospitalidad en los Caminos de Santiago: ha fallecido Lourdes, alcaldesa, peregrina y hospitalera en Vega de Valdetronco (Valladolid), localidad atravesada por el Camino del Sureste, junto a su inseparable compañera, Angelita.



Mujer entregada desde hace muchos años a la causa jacobea, supo transformar las antiguas escuelas en un albergue sencillo, recoleto y servicial, donde ella misma atendía con esmero a los peregrinos que se detenían a descansar. Lourdes era, ante todo, una persona cercana, amable y generosa, que unía a su vocación hospitalaria la dedicación constante por mejorar la vida de sus vecinos durante su tiempo como regidora.

Quienes la conocieron recuerdan en ella la sonrisa franca, la palabra cálida y la atención exquisita hacia cada caminante, gesto tras gesto que convertían la pausa en Vega de Valdetronco en un verdadero descanso para el cuerpo y el espíritu.



Su obra, y sobre todo su ejemplo, permanecerán vivos en la memoria de cuantos peregrinos se han encontrado con ella en el Camino, así como en los que en el futuro se detendrán en ese albergue que sería justo llevar su nombre, como homenaje perenne a su entrega y generosidad.

Hoy creemos firmemente que Lourdes descansa ya junto al Padre celestial, bajo el amparo del Apóstol Santiago, protector de los peregrinos. Que su luz siga acompañando a cuantos caminen hacia Compostela.

Descanse en paz.

viernes, 26 de septiembre de 2025

 VOCES EN EL CAMINO

LA HUELLA DE LOS PEREGRINOS EN TORDESILLAS

Siempre es importante saber la opinión de las personas con las que mantenemos algún tipo de relación, más o menos amistosa, y también de aquellas a las que les estamos ofreciendo un servicio. En el Camino del Sureste, los hospitaleros del albergue de Tordesillas lo sabemos bien. Cada vez que un peregrino cruza nuestra puerta tratamos de ofrecerle algo más que un techo: la mano de la amistad, la fraternidad y la hospitalidad, para que se sienta acogido y satisfecho.

Giorgio de Venecia (Italia) 15 de marzo 2025

Muchas veces esas impresiones se comparten de palabra, en una charla al final de la tarde o en la despedida antes de retomar la ruta. Sin embargo, hay algo especial en lo que los peregrinos deciden dejar por escrito. El libro de Registro del albergue se convierte así en un pequeño cofre de memorias, donde las reflexiones quedan guardadas y dan testimonio de lo que hacemos y ofrecemos.

David de Alicante 16 de marzo 2025

En esta ocasión queremos compartir la voz de cuatro peregrinos que han pasado por Tordesillas. Dos de ellos llegaron desde tierras cercanas, Alicante y Valencia; otros dos venían de más lejos, Italia y Polonia. Cada cual plasmó en esas páginas sencillas sus sentimientos de gratitud, cansancio, alegría y esperanza.

Alberto de Bocairente (Valencia) 4 de abril 2025

Lo hermoso es comprobar cómo, más allá de la nacionalidad o la lengua, todos coinciden en algo: el valor de la acogida. Para el peregrino, un albergue no es solo un lugar donde descansar, sino también un espacio en el que sentirse acompañado, reconocido y respetado. Y para quienes estamos al otro lado, leer estas palabras nos recuerda la esencia del Camino: un encuentro humano que deja huella en ambas direcciones.

Emilia de Gdansk (Polonia) 4 de abril 2025

Las opiniones de estos cuatro caminantes son apenas un ejemplo, pero nos animan a seguir con entusiasmo. Porque en cada firma y en cada frase se renueva el espíritu de hospitalidad que da sentido a nuestro trabajo en el albergue de Tordesillas.

jueves, 25 de septiembre de 2025

 LOS CAMINOS A SANTIAGO 

¿ENTRE LA ESPIRITUALIDAD Y EL RIESGO DEL TURISMO VACÍO?

 

Durante siglos, el Camino de Santiago ha sido mucho más que una ruta: ha sido un viaje interior, una experiencia de transformación, una peregrinación que conecta al caminante con su fe, sus límites, sus preguntas más profundas. Desde cualquier punto de  España como del extranjero hasta Compostela, cada paso ha estado cargado de simbolismo, de silencio, de encuentro. Sin embargo, en los últimos años, algo esencial parece estar desdibujándose.



La creciente popularidad del Camino ha traído consigo una avalancha de visitantes que, lejos de buscar introspección o renovación espiritual, lo recorren como si fuera una ruta turística más. Mochilas ultraligeras, selfies en cada mojón, alojamientos que compiten por ofrecer el menú más barato y rápido. El Camino se ha convertido, para muchos, en una experiencia de consumo exprés, desprovista de pausa, de sentido, de alma.




Este fenómeno no es inocuo. Transformar la peregrinación en un producto turístico de bajo coste, sin intención alguna de reflexión personal, puede ser profundamente peligroso. No solo porque banaliza una tradición milenaria, sino porque despoja al Camino de su esencia: la posibilidad de encontrarse con uno mismo. El riesgo no es solo cultural o espiritual; es también humano. Cuando la peregrinación deja de ser experiencia y se convierte en espectáculo, el caminante deja de ser protagonista y se convierte en consumidor.



Los albergues, antes espacios de acogida fraterna, se ven ahora saturados por grupos que buscan únicamente una cama barata. Los pueblos que durante generaciones han ofrecido hospitalidad sincera, se ven invadidos por una lógica de negocio que desplaza el gesto gratuito. Incluso los símbolos del Camino —la concha, la flecha amarilla, el bordón— se convierten en meros decorados para la foto.




Pero el mayor peligro es que el Camino pierda su capacidad de transformación. Que ya no invite a la pausa, al silencio, al encuentro con el otro y con uno mismo. Que se convierta en una ruta más, entre tantas, sin profundidad ni misterio. Y eso sería una pérdida irreparable.

No se trata de excluir a nadie ni de exigir credenciales espirituales. El Camino siempre ha sido inclusivo, abierto, plural. Pero sí se trata de recordar que hay una diferencia entre caminar y peregrinar. Que el Camino de Santiago no es solo una línea en el mapa, sino una oportunidad para el alma. Y que si lo convertimos en un parque temático del andar, corremos el riesgo de vaciarlo de todo lo que lo hace único.



Recuperar el sentido del Camino no implica rechazar la modernidad, sino abrazar la profundidad. Implica educar en el valor del silencio, del esfuerzo, del encuentro. Implica recordar que, a veces, lo más valioso no está en llegar, sino en lo que ocurre mientras se camina.

Porque el Camino de Santiago no es solo un destino. Es, sobre todo, una travesía interior. Y eso no debería perderse jamás.

lunes, 22 de septiembre de 2025

 EL CAMINO FRANCÉS EN LOS CUPONES DE LA ONCE (XLIX) 

 O MONTE DO GOZO


El día 5 de julio de 2010 la ONCE puso en circulación un cupón dedicado a O Monte do Gozo con un valor nominal de 1,50 €. En él se representa el Mirador del Peregrino y la escultura de los dos peregrinos que miran hacia la catedral compostelana. Como dato complementario informa que Santiago de Compostela se encuentra a 2 km siguiendo el Camino Francés. También se presenta el anagrama del Xacobeo 2.010. Una curiosidad,  aparece la Cruz de Santiago suplantando a la “I” en la palabra CAMINO.


Hay un momento en el Camino de Santiago que todo peregrino espera con ansias, aunque no lo confiese en voz alta. Tras días, semanas o incluso meses de marcha, de polvo en los zapatos y memorias acumuladas en cada paso, el horizonte se abre en un punto elevado a las afueras de la ciudad: el Monte do Gozo.

Conocido también como el Monte de la Alegría, este lugar se alza a unos 380 metros de altitud y regala la primera visión de las torres de la Catedral de Santiago. No es un simple mirador; es un umbral cargado de simbolismo. Aquí, los peregrinos que siguen la ruta del Camino Francés experimentan un estallido de emociones. La fatiga se disuelve en un instante, sustituida por la certeza de que la meta está ya al alcance de la mano.

El nombre no es casual. Monte do Gozo significa exactamente eso: la montaña de la alegría. Durante siglos, los caminantes que alcanzaban su cima celebraban con lágrimas, abrazos o cantos ese primer encuentro visual con Santiago. No pocos cumplían antiguos rituales jacobeos: caminar descalzos el último tramo hasta la catedral, o prepararse interiormente para el abrazo al Apóstol, gesto que culmina la travesía.

Hoy día el lugar mantiene viva su esencia. Además de ser un mirador privilegiado, en él se conserva un espacio de acogida, con un complejo recreativo y de descanso para quienes necesitan reponer fuerzas antes del último esfuerzo. Pero la magia del Monte do Gozo sigue latiendo en su panorámica: una mezcla de horizonte gallego, torres medievales y la sensación indescriptible de estar a las puertas del destino.


Uno de los símbolos más recordados del monte es la escultura de los dos peregrinos, obra del escultor José Antonio Castro. Dos figuras de bronce, erguidas y con la vista fija hacia Santiago, representan no solo a los caminantes de carne y hueso que llegan hasta aquí, sino también a todos aquellos que a lo largo de los siglos han compartido esta misma emoción.

El Monte do Gozo no es un final, sino un principio. Marca el instante en que el corazón del peregrino se ensancha y la esperanza se vuelve palpable. Desde su mirador, con la ciudad extendiéndose en la distancia, uno comprende por qué tantos lo consideran un lugar sagrado dentro del Camino: porque allí, por primera vez, Santiago deja de ser un sueño y se convierte en realidad.