martes, 24 de junio de 2025

 EL FUEGO EN LOS HUESOS

 Decían los viejos caminantes que en el Camino a Santiago, además del polvo, las ampollas y las piedras del alma, acechaba un mal tan terrible que los cuerpos parecían incendiarse desde dentro. Lo llamaban el mal del fuego. Un castigo que llegaba sin aviso tras comer pan de grano contaminado, cereal corrompido por el hongo del centeno —el ergot— que se enroscaba como serpiente en el estómago y trepaba por la sangre hasta las extremidades.

Era como si el mismísimo infierno se despertara en los dedos, en los pies, en las piernas. Ardor, calambres, descomposición. Los peregrinos caían al borde de los caminos, retorciéndose, gritando al cielo, invocando a Santiago con voz quebrada.

Pero la leyenda, tan vieja como las piedras del Camino, hablaba de un lugar donde el dolor cesaba, donde los cuerpos, aunque mutilados, encontraban redención. El Monasterio de San Antón, a las afueras de Castrojeriz, se alzaba como un refugio sagrado en medio del abandono de los campos.

Un día llegó un joven peregrino, Ivar, nacido en tierras nórdicas, cuyo pie izquierdo ya se ennegrecía como si el carbón se hubiera fundido con su carne. Ivar había caminado semanas con el dolor subiendo como lava. Tenía miedo, claro, pero en sus ojos ardía otra cosa: fe. Una fe que ni el dolor había podido extinguir.

Los monjes lo recibieron en silencio. Lo tendieron en una piedra lisa, bajo los arcos del monasterio sin techumbre, donde las estrellas asistían al ritual. El prior, un hombre alto con manos finas y mirada profunda, le colocó un amuleto de Santiago en el pecho y le susurró: 

—"Hoy tu cuerpo perderá lo que ya no es tuyo. Pero tu alma... tu alma seguirá caminando."

El grito de Ivar se perdió en la noche. El acero brilló como relámpago. Y el fuego, por fin, huyó.

Lo increíble fue que Ivar, como muchos otros, continuó su Camino. Con una pierna menos, con un bastón de fresno tallado por los monjes, con un andar distinto pero con un alma más liviana. En cada paso, sentía una brisa invisible que le empujaba. Algunos decían que era el Apóstol, otros hablaban de los santos antonianos, cuidadores de los enfermos y de los pobres de cuerpo.

Llegó a Santiago meses después. Alzó su bordón en la plaza del Obradoiro con lágrimas de gozo, rodeado de otros peregrinos marcados por el fuego. Ninguno se quejaba. Ninguno lamentaba lo perdido.

Porque habían descubierto, en aquel monasterio olvidado, que a veces el alma crece donde el cuerpo termina. 

Y que el verdadero milagro no era curar... sino continuar.

Allí, decían, los monjes sabían hablar el idioma del fuego. No lo apagaban —porque eso era imposible—, pero lo atrapaban en sus manos santas y lo exorcizaban a golpe de acero. Las amputaciones eran rituales, casi místicos. Los monjes no lloraban, no dudaban. Cortaban el mal como quien corta la rama enferma de un árbol.

miércoles, 18 de junio de 2025

 TESTIMONIOS DEL CAMINO:

VOCES QUE PASAN POR TORDESILLAS

 El albergue de peregrinos de Tordesillas, situado en pleno Camino del Sureste, se ha convertido en un oasis de descanso y humanidad para quienes avanzan hacia Santiago. Más allá del abrigo de sus muros, este lugar guarda el eco de quienes han pasado por aquí: peregrinos de todos los rincones, unidos por el esfuerzo, la esperanza y la gratitud.

Queremos compartir con nuestros vecinos de Tordesillas, con los amantes del Camino de Santiago y especialmente con quienes planean recorrer el Camino del Sureste, algunos fragmentos del Libro de Visitas del albergue. Estas palabras, acompañadas de las imágenes originales, son auténticos tesoros cargados de emoción, agradecimiento y espíritu jacobeo.

Cada mensaje es una muestra del cariño recibido, una pequeña joya escrita que nos recuerda el verdadero sentido del Camino: el encuentro humano, la generosidad y la huella imborrable de una hospitalidad sincera.

César de Tulticán (México), 19 de octubre 2024


“Agradezco mucho su hospitalidad. Muy bonito lugar Tordesillas. Me voy impresionado por su historia. Buen Camino toda la vida.”

Sergio de Valencia, 17 de noviembre 2024

“No solo andar hace el camino, sino también sus albergues. Y solo palabras de agradecimiento puedo dar por cómo está el albergue de Tordesillas y por el trato recibido. Sigo mi camino con las pilas cargadas y la moral por las nubes ya que hoy ha sido el primer día desde que inicié el camino en Valencia, donde he sentido que era lo más cercano a poder llamarle hogar. MUCHÍSIMAS GRACIAS!!!

Francisco Javier de Santander, 30 de noviembre 2024

“No es sorprendente que un pueblo que acogió con respeto y cariño a una reina durante 46 años, acoja igual a los peregrinos que llegan hasta ellos. Yo por mi parte quiero dejarles un poquito del mismo amor incondicional que Juana, la reina, sintió por Felipe.

Mención especial quiero hacer de su hospitalero, Antonio, que tiene el polvo de los caminos y la sabiduría que va adquiriendo el caminante.

Ya se sabe que el polvo y la sabiduría son etéreos pero como el buen catador nota la esencia del vino, el hombre acostumbrado a andar por la vida nota estas cualidades en la gente que las posee.

Un abrazo de un peregrino a todo un pueblo y a un hombre por su trato, hospitalidad y ayuda.

ULTREIA hermano”


sábado, 7 de junio de 2025

 SORPRESAS QUE NOS APORTA EL CAMINO

 ANNE-MARIE Y JARIG

El Camino de Santiago está lleno de sorpresas, de esas que no se anuncian en las guías ni en los planos, pero que dejan huella más profunda que muchos paisajes o monumentos. Una de ellas me aguardaba, sin previo aviso, al cruzar la puerta del albergue municipal de Tordesillas.



Allí, junto a la mesa de recepción, me encontré con una escena inesperada: una peregrina de nombre Anne-Marie se hallaba sentada con la concentración propia del artista, pincel en mano, inclinada sobre el libro de visitas del albergue. Frente a ella, una pequeña caja con acuarelas abiertas como un cofre de tesoros. Estaba dando los últimos toques a una delicada vieira que había perfilado con esmero. Los trazos eran finos, precisos, casi reverenciales, como si cada pincelada llevara en sí el respeto y la emoción de la jornada recorrida.

No es común ver acuarelas en los libros de albergue. Pregunté, curioso, qué la había motivado a dejar esa pequeña obra como recuerdo, y me explicó que era su forma de agradecer la hospitalidad y de dejar un pedacito de su camino en cada parada. Su respuesta me pareció tan genuina como el dibujo mismo.



Pero el arte no viajaba solo. Su compañero de camino, Jarig, resultó ser músico, y no cualquier músico, sino un apasionado de las melodías tradicionales, un alma afinada a las notas antiguas que también resuenan en mi propia memoria. Al intercambiar impresiones sobre nuestras afinidades musicales, surgió de forma natural un intercambio de materiales: grabaciones, partituras, recuerdos convertidos en sonidos.



Sin embargo, la sorpresa no terminó ahí. Jarig, sin pensárselo dos veces, subió al dormitorio y volvió con un par de flautas, una en cada mano, como quien baja del escenario a un improvisado teatro. Lo que siguió fue una pequeña muestra de su talento: una interpretación íntima, cálida, de esas que nacen de la pasión más que del virtuosismo técnico, aunque de eso tampoco carecía. Me confesó, entre pieza y pieza, que había tocado en conciertos por media Europa, incluyendo uno memorable en Ourense hacía cinco años.



Mientras las notas flotaban en el aire, como si el albergue se transformara en una sala de conciertos sin muros, Anne-Marie se sumó con una coreografía tan personal como expresiva, danzando con gracia en un rincón del comedor. Su cuerpo se movía al ritmo de las flautas, y por un momento, todos los ruidos del día —el cansancio de las mochilas, las ampollas, el sudor, los kilómetros— desaparecieron.



Allí, en ese humilde albergue de Tordesillas, se conjuraron la música, la pintura y la danza, y se convirtieron en un regalo inesperado, un momento de comunión que difícilmente olvidaré de estos dos peregrinos franceses. Fue una lección silenciosa sobre lo que puede ser el Camino: una vía de encuentro, de expresión, de humanidad compartida.



Gracias, amigos peregrinos Anne-Marie y Jarig, por llevar el arte en vuestras mochilas y compartirlo con este humilde hospitalero. Ese día, más que atender caminantes, fui yo quien recibió.

jueves, 5 de junio de 2025

 LA FE DE DOS AMIGOS PEREGRINOS

Roberto y Javier, dos amigos de toda la vida, conocidos en su pueblo natal de Tordesillas como "los chicarrones", eran jóvenes de profundas convicciones religiosas. En el Año Santo de 2021, decidieron emprender un viaje que marcaría sus vidas para siempre: peregrinar hasta la tumba del Apóstol Santiago, en Compostela, con el propósito de recibir las indulgencias y, más allá de los beneficios espirituales, experimentar el verdadero espíritu del peregrino auténtico.

El peregrinaje de estos dos jóvenes, con dificultades personales pero una amistad sólida, comenzó en Toledo, siguiendo el Camino del Sureste. Desde el principio, sabían que el camino no sería fácil, sobre todo porque Javier era invidente de nacimiento. Sin embargo, su relación de amistad, construida sobre años de complicidad, apoyo y confianza, les daba la fortaleza suficiente para superar cualquier obstáculo que pudiera surgir. Javier confiaba plenamente en Roberto, quien se encargaba de guiarlo, y, a su vez, Roberto se sentía inspirado por la valentía de su amigo.

A lo largo de las etapas, su caminar fue un verdadero ejemplo de solidaridad. Se ayudaban mutuamente con cada paso, y el esfuerzo compartido parecía unirlos más en cada jornada. Sin embargo, el camino no estuvo exento de dificultades. Las largas horas de marcha, las inclemencias del tiempo y la exigencia física de la peregrinación comenzaron a pasar factura. Pero su determinación era más fuerte que cualquier adversidad.

Cuando llegaron a Cebreros, el mundo entero se veía envuelto en la tragedia del COVID-19. La pandemia obligó a muchos peregrinos a abandonar el camino, y Roberto y Javier no fueron la excepción. Tras una larga reflexión, decidieron regresar a Tordesillas y esperar tiempos mejores, con la esperanza de que algún día podrían retomar su aventura.

Pasaron los meses, y mientras la pandemia seguía alterando la vida de todos, a Roberto le diagnosticaron una enfermedad terrible: ELA, la esclerosis lateral amiotrófica, que lo atacó con rapidez y despiadada intensidad. Con una enfermedad tan cruel que amenazaba con robarle la movilidad, Roberto podría haber sucumbido a la desesperanza, pero no lo hizo. En lugar de rendirse, se aferró aún más a su fe y a su compromiso con el camino que había iniciado.

El deseo de llegar a Santiago seguía latente en su interior. La fuerza de su fe y la determinación de cumplir con su promesa los impulsaron a volver a Cebreros y retomar su peregrinación. Ahora, Roberto enfrentaba la enfermedad del ELA, y Javier cargaba con el peso de la responsabilidad de apoyar a su amigo en cada paso. Pero, lejos de ver este reto como un obstáculo, ambos decidieron complementarse. Roberto, con su experiencia y sabiduría interior, guiaba de manera proverbial a Javier, mientras éste, con su fortaleza física, ayudaba a Roberto a superar cada prueba que se les presentaba.

Nada más salir de Cebreros, se enfrentaron a la dureza del Puerto del Arrebatacapas. A medida que ascendían, la luz del sol se mezclaba con la sombra de la adversidad, pero Roberto y Javier no dejaron que eso los frenara. La perseverancia y la fe de ambos se reflejaban en su caminar, y su historia se convertía en un testimonio de superación y hermandad.

El Camino, para Roberto y Javier, ya no era solo un viaje físico hacia Santiago de Compostela. Se había convertido en una verdadera peregrinación hacia el alma, hacia la conexión con Dios y con uno mismo. Cada paso dado, por difícil que fuera, era un acto de fe, un acto de solidaridad y una muestra de que, incluso en la adversidad, el espíritu humano puede encontrar su camino hacia la esperanza.

Las etapas fueron transcurriendo con el paso de los días, y Roberto y Javier continuaron su peregrinaje con esfuerzo y determinación, atravesando tierras que les conectaban con la historia y la espiritualidad del Camino. Después de semanas de sacrificio, llegaron a Tordesillas, su querida localidad natal. Allí fueron recibidos con un gran alborozo por parte de sus familiares y amigos, quienes celebraban su regreso como si de un verdadero triunfo se tratara.


Sin embargo, lejos de dejarse llevar por el cansancio y la emoción del reencuentro, Roberto y Javier, fieles a su espíritu de peregrinos, decidieron no regresar a sus casas para descansar. En su lugar, se dirigieron directamente al albergue municipal, donde el hospitalero los recibió con los brazos abiertos, dispuesto a poner todo su empeño en brindarles el apoyo y la atención que todo peregrino merece.

Al día siguiente, tras un descanso reparador, que les permitió recobrar fuerzas tras tantas jornadas de marcha, Roberto y Javier continuaron su aventura peregrina. Con el ánimo renovado, enfrentaron las siguientes etapas con la misma ilusión y fe que les había acompañado desde el inicio del Camino. A medida que se acercaban a su destino, la Catedral de Santiago de Compostela, la emoción crecía. Tras varias jornadas más de esfuerzo, finalmente lograron alcanzar su meta: Santiago de Compostela.

Allí, cumplieron con los rituales de cualquier peregrino, siguiendo el protocolo tradicional y sintiendo el profundo significado de ese abrazo con el Apóstol Santiago. Habían superado todos los obstáculos que se les habían presentado a lo largo del Camino, y su esfuerzo, fe y hermandad los había llevado hasta allí. En ese momento, Roberto y Javier no solo se sintieron realizados cristianamente, sino que también fueron conscientes de que su vínculo, forjado a través de la adversidad, era ahora más fuerte que nunca.